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ESPIRITUALIDAD

Nuestra espiritualidad, como lo dice nuestro nombre, es en una sola palabra: la Voluntad de Dios. Bien podemos decir que es la espiritualidad de toda espiritualidad, pues sin la Voluntad de Dios no sólo nadie se santifica, sino que nadie se salva.

Esta Voluntad de Dios tiene su principio vital en el bautismo de donde mana la espiritualidad misma de la Iglesia.  De manera que la esencia de nuestra formación permanente es el tomar conciencia de la gracia infinitamente grande que Dios concedió a nuestras almas con el Don del Bautismo. Esta gracia manifiesta la realidad más trascendental que hombre alguno pueda contemplar y gozar: ser hijos de Dios, miembros del cuerpo místico de Cristo, templos vivos del Espíritu Santo.

Asumimos la plenitud de la vida divina, en la plenitud de Dios, conforme a su beneplácito, de acuerdo al orden, a la finalidad para la cual fuimos creados por Dios. Tomamos conciencia de nuestro sacerdocio real, de nuestra realeza profética, para vivirla en cada momento con Cristo, por él y en él, por las manos de María Santísima, bajo la inspiración del Espíritu Santo para la gloria del Padre, salvación de las almas y a fin de que venga el Reino de Dios sobre la tierra y que finalmente se haga la Voluntad de Dios como en el cielo así en la tierra.

Esta debe ser nuestra vida, toda ella interior, toda ella un acto de amor continuado a nuestro Padre Celestial; amor, reparación, satisfacción, adoración y acción de gracias constantes. En fin, nuestra vida quiere ser una llamada continua a toda la humanidad para que el Reino de la Voluntad de Dios se establezca en los corazones de todos nuestros hermanos.