Un
día Pedro y Juan subían al templo a orar a la hora de nona.
Había un hombre tullido desde el seno de su madre, que traían y
ponían cada día a la puerta del Templo llamada la Hermosa para pedir
limosna. Aquel hombre miró a los dos Apóstoles, y Pedro le dijo: "Ni oro, ni
plata tengo: lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo Nazareno anda". El cojo
quedó curado al instante y entró con los Apóstoles en el Templo,
alabando a Dios. Todo el pueblo quedó lleno de admiración. Por segunda vez
predicó San Pedro y convirtió a otras cinco mil personas.
Mientras Pedro hablaba al pueblo sobrevinieron los sacerdotes, el oficial del templo y los saduceos. Indignados de que Pedro y Juan enseñasen al pueblo, los metieron en la cárcel para llevarlos ante el Sanedrín al siguiente día. Por esta vez se contentaron los Judíos con amenazar a los Apóstoles. Pero como estos continuaban predicando y obraban prodigios hasta el punto que la sola sombra de Pedro curaba los enfermos, los saduceos echaron mano otra vez de los Apóstoles y les encerraron en la cárcel pública.
Ya
la primera vez San Pedro y San Juan les habían contestado: "Juzgad vosotros
si es justo obedeceros antes que a Dios... no podemos dejar de decir lo que hemos visto y
oído". En esta segunda comparecencia les declararon terminantemente que era preciso
obedecer a Dios antes que a los hombres".
Irritados los del Sanedrín, mandaron azotar a los Apóstoles y les ordenaron que no hablasen en el nombre de Jesús...Ambos Apóstoles, Pedro y Juan salieron contentos porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús.