Los
que creían tenían un solo corazón y una sola alma. No
había entre ellos indigentes, pues los que eran dueños de casas y de campos
los vendían y llevaban el precio al pie de los Apóstoles. Así lo hizo
José, el llamado por los Apóstoles Bernabé, esto es hijo de
consolación y que era levita, oriundo de Chipre.
También pretendieron Ananías y Safira su mujer, pero dejándose vencer del demonio de la avaricia, llevaron engañosamente parte del precio a San Pedro. Como éste les preguntara al uno y luego a la mujer si era ese el precio, la mentira con que ambos esposos le contestaron se vio castigada por la muerte repentina. Gran temor se apoderó de toda la Iglesia y de cuantos supieron tales cosas.
Los Apóstoles establecieron desde aquellos tiempos siete diáconos para ocuparse del cuidado material de los fieles pues "no era justo, dijeron, que abandonaran el misterio de la palabra para servir a las mesas". El más conocido era Esteban, hombre lleno de gracia y de fe y que hacía grandes prodigios en el pueblo.
Lo llevaron
los Judíos ante el Sanedrín, donde el santo diácono se
defendió con fuerza, echando en cara a los príncipes de los sacerdotes su
impiedad. Y mientras se llenaban de rabia al oírlo, Esteban miro al cielo y miro la
gloria de Dios y a Jesús en pie a la diestra de Dios y dijo: "Veo los cielos
abiertos y al Hijo del Hombre en pie, a la diestra de Dios". Ellos gritando a grandes
voces tapáronse los oídos y se arrojaron a una sobre él.
Lo sacaron luego fuera de la ciudad y lo apedrearon. Y mientras lo apedreaban, Esteban oraba: "Señor Jesús recibe mi espíritu". Puesto de rodillas dijo con voz fuerte: "Señor, no les imputas este pecado". Y diciendo esto se durmió en el Señor.
Lo recogieron algunos varones piadosos e hicieron sobre él gran luto. San Esteban fue el primer mártir.