Desde
los comienzos de la Iglesia, San Pedro actuó como jefe de ella: fue el
primero en predicar al pueblo el día de Pentecostés; el primero en obrar
milagros: el primero en sufrir los azotes de los judíos, fue también el
primero en llevar el apostolado fuera de Jerusalén. El fue quien con Juan, impuso
las manos sobre los fieles de Samaría convertidos por el diácono Felipe y
les dio el Espíritu Santo.
Pedro fue
el que devolvió la salud al paralítico Eneas, en Lida y la vida
a la difunta Tabita, en Joppe; el que reprendió a Simón el Mago, padre de la
Simonía, cuando este le ofreció dinero al Apóstol en cambio del poder
de hacer milagros.
Finalmente fue Pedro el que recibió a los primeros gentiles en la Iglesia y dio el bautismo al Centurión Cornelio.
Más tarde, el tercer Herodes llamado Agripa hizo prender a Pedro para darle
muerte públicamente y así complacer a los Judíos. Mientras tanto toda
la Iglesia oraba con instancia a Dios por él.
Durante la noche anterior al suplicio, a pesar de estar Pedro encadenado y bajo la custodia de 16 soldados, un Angel del Señor lo libertó milagrosamente. Luego de reunirse con los fieles y contarles cómo había sido sacado de la cárcel. Pedro salió y se fue a otro lugar.
Este mismo Herodes había hecho prender y degollar a Santiago el Mayor, hermano de Juan. Fue en ese tiempo cuando los Apóstoles abandonaron la Judea y se dispersaron por el mundo conocido.