Jesucristo entregó a sus apóstoles el gobierno de su Iglesia. A su vez los Apóstoles dieron jefes a las diversas comunidades que establecían. Así, desde un principio, los miembros de la Iglesia se distinguieron en Clérigos y Laicos.
Entre los clérigos hubo varios grados a saber: Obispos, Presbíteros y Diáconos; así se constituyó la jerarquía.
Desde los tiempos de San Pablo hubo obispos en la Iglesia; ya a fines del primer siglo había uno sólo en cada comunidad importante. Les ayudaban 1os Presbíteros, mientras los Diáconos atendían a los pobres y manejaban los bienes de la Iglesia.
Los obispos eran iguales entre si: uno sólo, el Obispo de Roma sucesor de San Pedro era reconocido como jefe de todos.