El siglo que siguió a la paz otorgada por Constantino, el siglo IV, es el siglo de oro de la ciencia eclesiástica. Así como aparecieron herejes empeñados en negar la divinidad de Jesucristo en una u otra forma, también así sobresalieron los Grandes Padres de la Iglesia: Escritores eclesiásticos antiguos que por su santidad y ciencia, han sido reconocidos por la Iglesia, como maestros de la doctrina católica.
Los Padres Griegos fueron San Atanacio, patriarca de
Constantinopla, el Adversario de
los Arrianos e incansable defensor de la fe. San Basilio, modelo de firmeza episcopal ante
el poder civil. San Gregorio Nacianceno, sabio y modelo de amistad cristiana con San
Basilio. San Juan Crisóstomo, Patriarca de Constantinopla, elocuente y gran
defensor de la moralidad.
Los Padres Latinos fueron San Hilario,
Patriarca de Constantinopla, adversario de los
Arrianos en el occidente. San Ambrosio; Obispo de Milán, modelo de
Obispos por su firmeza en presencia de los herejes y los emperadores.
San Jerónimo, el traductor de la Biblia, el mas sabio de los doctores
de su tiempo, y San Agustín, el más grande de los Padres y que es
llamado el Doctor de la Gracia.
Vencedora del paganismo en la tremenda lucha de las persecuciones sangrientas, la
Iglesia se vio atacada por sus mismos hijos en rebeldía y, a la paz de Milán
sucedió el infame ataque de los Herejes, empeñados todos en negar, en una u
otra forma, la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero
Hombre.
Unos la negaron rotundamente, éstos fueron los Arrianos, condenados en el primer concilio ecuménico, en Nicea en el 325; otros distinguieron dos personas en Jesucristo y sostenían que María no era madre de Dios, sino madre de Cristo, fueron los Nestorianos, condenados en el concilio de Efeso; hubo quienes negaron la naturaleza humana de Jesucristo, fueron los Eutiquianos; a esta herejía se le denominó Monofisismo y fue condenada por el concilio de Calcedonia en el 451. Otros enseñaron que en Cristo no había sino una sola voluntad y los llamaron Monotelitas, condenados en el Concilio de Constantinopla en el 680. Tampoco faltó herejía que negara la divinidad del Espíritu Santo, su autor fue Macedonio, obispo de Constantinopla, todavía hoy, uno de los errores profesados por la iglesia Griega, la Rusa y otras, fue enseñado por Macedonio y condenada en el 381.
Finalmente los Pelagianos, seguidores de la doctrina de un monje de Bretaña llamado Pelagio, negaron la Redención, al negar la existencia del pecado original; está herejía se difundió por el Africa Romana, debilitando la fe y dejando sin fuerzas a aquellas iglesias para oponerse a la invasión del Islamismo en el siglo VII.
Aquellas herejías turbaron la paz de la Iglesia, principalmente por el entrometimiento de los emperadores de Constantinopla que les eran favorables. Algunas de ellas han perdurado hasta nuestros días.
Ninguna de tantas herejías de aquellas edades brotó de la Iglesia Romana. Muy por el contrario, ella fue el faro que iluminó a todas las demás con la pureza de su fe. Ella fue la defensora del gran Atanasio contra sus enemigos; el sostén de Cirilo de Alejandría en su lucha contra Nestorio. Aclamada por los Padres del Concilio de Efeso y por los de Calcedonia, aprobó la condenación de los errores de Macedonio. Fue ayuda poderosa para San Agustín en la defensa de la gracia contra Pelagio.
Todas las veces que alguna herejía levantó la cabeza, se hizo más potente la promesa divina: "Simón, Simón, he rogado por ti para que no desfallezca tu fe; y tú, una vez confirmado, confirma a tus hermanos". (Luc. 22-32).