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HISTORIA DE LA IGLESIA


3.4 El dominio temporal de los papas


3.4.1 Formación del Estado Pontificio

Con la libertad dada a la Iglesia por Constantino; con las liberalidades de este príncipe y las de numerosos fieles, los Papas, convertidos en los más importantes propietarios de Italia ejercieron gran papel en tiempo de las invasiones. Ya nombramos atrás a San Inocencio I y a San León Magno. Quedaba en Rávena el exarca bizantino y el papa en Roma. Aquél, sin fuerza de ninguna clase, y sí sólo como testigo de un pasado y de una dependencia puramente nominal cerca de Constantinopla.

Los bárbaros lombardos (o longobardos) procedentes de las orillas del mar norte, quienes antes habían abrazado el arrianismo, si bien se acogieron a la fe Católica en los tiempos de San Gregorio el Grande, no por eso cedían en sus ambiciones de hacerse dueños de toda Italia, ocupando muchos territorios en el año 568.

Durante más de dos siglos los Papas se vieron el blanco de las persecuciones de los reyes lombardos y de los emperadores Iconoclastas de Bizancio, dueños de nombre de la misma Italia. La Iconoclasia o Iconoclastia, fue una doctrina proclamada como oficial en el imperio Bizantino por los emperadores León III el Isáurico antiguo pastor ignorante, Costantino V Coprónimo y León V el Armenio, que prohibía como idolátricas la representación y la veneración de las imágenes de Cristo y de los santos, hasta el punto de perseguir a muerte a todos los defensores de las sagradas imágenes.

El Papa San Juan I fue muerto en una cárcel de Rávena, en 526, víctima de los Lombardos, aun arrianos. San Sergio I en 701, y San Gregorio II en 731, salvaron su vida de las asechanzas de los emperadores Bizantinos. El sucesor de este último, se vio amenazado con la invasión de una flota encargada de asolar a Italia y llevarse al Pontífice a Constantinopla.

Fue cuando San Gregorio III mandó una embajada al duque de los Francos, Carlos Martel, para llevarle las llaves del sepulcro de San Pedro y parte de las cadenas del Apóstol, como símbolo para pedir protección al rey Franco.

Ya anteriormente, a una petición de auxilio a los mismos Bizantinos, el emperador Constantino Coprónimo había contestado que "estaba más interesado en la guerra contra las imágenes que contra los Lombardos".

Ante la inutilidad de acudir a Constantinopla, El Papa Esteban II acudió en persona a Pipino el Breve, ungido como rey de los francos por San Bonifacio, y le ofreció el título de Patricio o protector de los Romanos. El príncipe mandó a varios señores, con su hijo Carlos, de edad de doce años, pero ya grande y fuerte, para traer al Papa. El joven guiaba con la mano la rienda de la montura del Pontífice. Pipino cruzó los Alpes, venció a Astolfo en 754 y 756 e hizo donación total y para siempre al Apóstol San Pedro, al Papa y a sus Sucesores de los territorios conquistados. Y como el emperador de Bizancio se atrevía a reclamar a Pipino las ciudades conquistadas: "Los Francos no han derramado su sangre por los griegos, contestó el rey, sino por San Pedro y en remisión de sus pecados".

Años después, los Lombardos con su rey Desiderio atacaron otra vez al Papa. Este, entonces San Adriano I, acudió a Carlomagno, hijo de Pipino. El rey franco venció al Lombardo, confirmó y aumentó la donación de su Padre a "San Pedro". De aquí data el particular afecto que siempre manifestaron los pontífices de Roma para con la que llamaron hija primogénita de la Iglesia, Francia.

El "Patrimonium Petri", es decir los estados pontificios, abarcaban la mitad de la península italiana, desde Roma hacia el Norte. Con casi esa misma extensión duraron hasta el año 1870, siendo papa Pío IX.

La posesión de estos Estados, regalados por los monarcas francos, había sido hecha a base de un tratado en el que Roma reconocía la legitimidad de su dinastía y ésta se comprometía a defender al papa y sus territorios.

Sin embargo, el emperador Carlomagno transformó el sentido de este tratado haciendo del papa un protegido y él su protector; el papa, rey, pero él emperador. Un sucesor de Carlomagno, Lotario, en 824, estableció que la elección de los pontífices sería hecha por el emperador de turno. La Santa Sede se salvó de esta dependencia vergonzosa cuando la dinastía de Carlomagno se debilitó.